El pensador coreano ha publicado una serie de ensayos muy sugestivos en esta (pequeña pero interesante) editorial. Variados temas pero todos relacionados con el capitalismo, la sociedad y sus problemas desde una dialéctica abiertamente marxista.
No todos sus estudios tiene una relación directa con el empleo asalariado o la protección social. Sirven para el estudio del contexto en el que desarrollar este tipo de reflexiones, pero a veces, como ocurre con este ensayo en concreto, tienen más aprovechamiento para este ámbito del que en principio pudiera parecer. Es cierto que el estudio no es novedad, se ha publicado hace un par de años, pero sus reflexiones no han perdido valor, todo lo contrario, por el paso del tiempo. En todo caso es una autor al que hay que seguir. Probablemente no le quede mucho para compilar todas las reflexiones que ha ido publicado separadamente en un volumen único, con un discurso homogéneo y delineado hacia una crítica completa de la sociedad capitalista, que es lo que pretende.
Su discurso es directo, poco ornamentado, con reflexiones que pueden convertirse en máximas. Un modelo de ensayo poco propiciado en lengua castellana, más envolvente y dedicado a concluir la reflexión después en largo discurso que abarca tanto el contexto como las condiciones en las que se desenvuelve la reflexión. Piensa y escribe en inglés, y eso se nota. Hay que alabar la traducción, que facilita una lectura sencilla y directa.
Paso a reproducir textualmente algunas de sus reflexiones, las que me han parecido interesantes, y realizar algunos comentarios al respecto
- p. 17: “El neoliberalismo, como una forma de mutación del capitalismo, convierte al trabajador en empresario. El neoliberalismo, y no la revolución comunista, elimina la clase trabajadora sometida a la explotación ajena. Hoy cada uno es un trabajado que se explota a sí mismo en su propia empresa. Cada uno es amo y esclavo en una persona. También la lucha de clases se transforma en una lucha interna consigo mismo”. Por eso “no es posibles sostener la distinción entre proletario y burguesía…/... (hoy) se extiende la ilusión de que cada uno, en cuanto proyecto libre de sí mismo, es capaz de una autoproducción ilimitada”.
La idea del individuo como empresario del yo ya la había expuesto hace año Ulrich Beck en varios ensayos, pero el giro que le da nuestro protagonista es que ello ha finiquitado la lucha de clases, pero no con su superación (como era pretendido por la ortodoxia marxista) sino con su consunción. No hay ya lucha de clases porque no hay clases. Un insospechado éxito del capitalismo moderno, del post-capitalismo, el neo-capitalismo o, como dice Concheiro, del Turbo capitalismo (CONCHEIRO, Luciano: Contra el tiempo. Filosofía práctica del instante, Anagrama, Barcelona, 2016).
- p 18. “El régimen neoliberal transforma la explotación ajena en la autoexplotación que afecta a todas las clases”. En el “régimen de la explotación ajena, por el contrario, es posible que los explotados se solidaricen y juntos se alcen contra el explotador”, pero “en el régimen neoliberal de la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta explotación no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo”.
Nunca la ajenidad había adquirido perfiles tan singulares. Que el nuevo régimen del ‘emprendedor’ es un cuento (chino o de otro tipo) está bastante asumido. Nadie que ve a un repartidor de Deliveroo por la calle dice: “mira, hay va un emprendedor”. Lo nuevo, lo que aporta es que ello produce dos fenómenos colaterales: la pérdida de solidaridad social, colectiva, sindical, y la lesión que se produce a sí mismo el trabajador explotado. Lo que llama depresión puede leerle como lesión al individuo, pérdida de autoestima, etc.
Otra consecuencia del régimen de autoexplotación del individuo.
- p. 29. “El poder inteligente, amable, no opera de frente contra la voluntad de los sujetos sometidos, sino que dirige esa voluntad a su favor. Es más afirmativo que negador, más seductor que represor. Se esfuerza en generar emociones positivas y en explotarlas. Seduce en lugar de prohibir. No se enfrenta al sujeto, le da facilidades. El poder inteligente se ajusta a la psique en lugar de disciplinarla y someterla a coacciones y prohibiciones. No nos impone ningún silencio. Al contrario: nos exige compartir, participar, comunicar nuestras opiniones, necesidades, deseos y preferencias; esto es, contar nuestra vida. Este poder amable es más poderoso que el poder represivo. Escapa a toda visibilidad”. Más adelante, en p. 57 afirma que “La psicología neoliberal es una política inteligente que busca agradar en lugar de someter”.
La diferencia entre el poder (represivo) del siglo XIX y el amable o inteligente (participativo) del XXI es que este último “quiere dominar intentando agradar y generando dependencias” (p. 30). El poder represivo (disciplinario) se organiza “en entornos e instalaciones de reclusión. La familia, la escuela, la cárcel, el cuartel, el hospital, y la fábrica representan estos espacios disciplinarios de reclusión” (p. 31).
El poder (en general) en el neoliberalismo es caracterizado como amable. Aunque la reflexión está dirigida hacia el poder político, es fácil traducirla hacia el poder laboral. La indefinición del poder empresarial es, probablemente, el mayor peligro que existe en cuanto a su determinación y concreción. No se trata de prohibir por prohibir, de mandar por mandar, sino de ser capaz de entender qué es posible y qué no. Y las normas flexibles, los soft law no casan en relaciones que se sustentan en la impartición de órdenes o instrucciones directas, como debe ser el laboral.
La colaboración es el último engaño del capitalismo su última celada. Es una manera de responsabilidad al trabajador del devenir de la empresa y del propio capitalismo. Es, qué duda cabe, un paso más en la búsqueda de un mecanismo que sea capaz de compartir la responsabilidad en el devenir del sistema capitalista. El paso siguiente, claro está, consiste en culpabilizar al trabajador del fallo del sistema por su escasa implicación en su corresponsabilidad.
El vehículo por el que se consigue esto es mediante la emotividad. Las relaciones pasan de ser racionales (y se supone que reflexivas) a emotivas. La emotividad conquista, la racionalidad impone. La implicación del trabajador es lo que se pretende con ese poder suave, con esta emotividad.
Parece que al neo-capitalismo le falta responsabilidad para asumir sus consecuencias, empaque para soportar su fortaleza sin necesidad de acudir a otras instancia, el trabajador. No se sabe si es (quizá) falta de fe en el sistema o mecanismo para la optimización empresarial de la dialéctica laboral.
La evolución del poder ‘represivo’ a ‘participativo’ la firmaría el propio Michel Foucault.
- p. 33: “La motivación, el proyecto, la competencia, la optimización y la iniciativa son inherentes a la técnica de dominación psicopolítica del régimen neoliberal”.
Las técnicas mediante las que vehicular el nuevo poder se aposentan en el propio trabajador y su corresponsabilidad en el sistema.
- p. 36 “El tránsito del poder soberano al disciplinario se debe al cambio de la forma de producción, a saber, de la producción agraria a la industrial…/…El poder disciplinario es un poder normativo. Someter al sujeto a un código de normas, preceptos y prohibiciones, así como eliminar desviaciones y anomalías”. El propósito es claro: crear “al sujeto obediente”, que opera, “no sólo sobre el cuerpo, sino también sobre la mente” (p. 37). Sin embargo, el “neoliberalismo como una nueva forma de evolución, sino incluso como una forma de mutación del capitalismo, no se ocupa primeramente de lo ‘biológico, somático, corporal’. Por el contrario, descubre a la psique como fuerza productiva” (pp. 41-2). “El cuerpo como fuerza productiva ya no es tan central como en la sociedad disciplinaria biopolítica” (p. 42)
Es decir en la sociedad disciplinaria se ejerce la biopolítica: corporal, prohibitiva, sancionadora; en la sociedad neoliberalismo se emplea la psicopolítica, amable, cooperativa, participativa, suave. El cambio conlleva, como se ha visto, no sólo una nueva perspectiva del ejercicio del poder (laboral y por ello disciplinario), sino también una dialéctica nueva en su expresión: participativa, amable, cooperativa.
La expresión del poder antiguo (clásico, de siempre) requiera seguridad jurídica y norma, Ley y orden. El nuevo sistema requiere algo distinto: participación, implicación, cooperación. Más que norma y disciplina requiere acuerdo, consenso, política.
- p. 45: “La permanente optimización propia, en cuanta técnica del yo neoliberal, no es otra cosa que una eficiente forma de dominación y explotación”. De lo que se trata (p. 46) es de “que el individuo actúa de modo que reproduzca por sí mismo el entramado de dominación que es interpretado por él como libertad”.
No hay forma de oponerse al sistema cooperativo que propone el neoliberalismo. Su oposición supone, sin más, oponerse al código de valores propios que gobiernan la propia vida. Nunca un mecanismo de dominación había sido tan perfecto desde aquel que pregonaba: “vivan las cadenas”. La vuelta al absolutismo (laboral, en este caso) tiene como presupuesto la implicación del propio individuo.
- p. 47. La “optimización personal y el incremento de la eficacia sin límite” son “técnicas de dominación neoliberales, cuyo fin no solo es explotar el tiempo de trabajo, sino también a toda la persona”. Por eso puede afirmarse que “El trabajo sin fin en el propio yo se asemeja a la introspección y al examen protestante” (p.49).
La pregunta a responde es: ¿quién es el responsable de la optimización personal?. La respuesta es evidente: el propio trabajador, quien es responsable de engranarse en el sistema. La exclusión del mismo, la exclusión del sistema productivo neocapitalista se produce por el propio trabajador, que no está suficientemente preparado, implicado, que no quiera participar de ese mecanismo que le ofrece implicarse, no le obliga, no le impone, no le presiona, le sugiere, le ofrece, le propicia…
- p. 68: “La emoción es dinámica, situacional y performativa. El capitalismo de la emoción explota precisamente estas cualidades”.
El neocapitalismo se sustentan no sobre la razón, sino sobre la emoción. No se impone, se sugiere. No es duro, es blando. No es impuesto, es asumido. No es ordenado, es participado.
El capitalismo clásico, el que analiza Max Weber, es un capitalismo con tintes ascéticos, de acumulación de recursos pero sometidos a una cierta disciplina monacal, conservadora en el gasto, sufrida en sus emociones, discreta en sus resultados. La lógica que acompaña al capitalismo de emociones es el consumo. Ya no se acumulan ‘cosas’, se consumen ‘emociones’. El cambio de perspectiva es evidente, y las consecuencias para el porvenir también. El ‘no hay futuro’, de la estética Punk más ortodoxa de hace años revive con peligrosa certidumbre actualmente. Básicamente porque (p. 72) “hoy no consumimos cosas, sino emociones. Las cosas no se pueden consumir infinitamente, las emociones, en cambio, sí”.
- p. 71: “El régimen neoliberal presupone las emociones como recursos para incrementar la productividad y el rendimiento…/…entra en escena la emocionalidad, que corre paralela al sentimiento de libertad, al libre despliegue de la personalidad. Ser libre significa incluso dejar paso libre a las emociones. El capitalismo de la emoción se sirve de la libertad. Se celebra la emoción como una expresión de la subjetividad libre. La técnica de poder neoliberal explota esta subjetividad libre”, aspecto que se ve incrementado porque “la aceleración de la comunicación favorece su emocionalidad, ya que la racionalidad es más lenta que la emocionalidad. La racionalidad es, en cierto modo, sin velocidad. De ahí que el impulso acelerador lleve a la dictadura de la emoción”.
Ser libra para elegir participar en el engranaje, en el mecanismo. Brillante…!!!
Porque la emocionalidad no participa de la racionalidad. La reflexión requiere tiempo, pausa. La emotividad no. La emotividad es participada por la rapidez, por la prisa, por lo inmediato. No dejar pensar, impedir al reflexión. Por eso el convencimiento debe ir vehiculado desde la emotividad, desde la prisa.
- p. 77: “Un jugador con sus emociones muestra mayor iniciativa que un actor racional o un trabajador meramente funcional”. “Las cosas que requieren una maduración lenta no se dejan ludificar. La duración y la lentitud no son compatibles con la temporalidad del juego”.
Este capitalismo de la emoción se apropia del juego que, en realidad, debería ser lo contrario al trabajo. Por eso ya no se trabaja, se juega. Y se puede ganar o perder, nada más, pero se gana y se pierde en el juego, en algo intrascendente. Un trabajador puede ser despedido, puede no consolidar un empleo… pero qué más da: se trata de un juego.
El dataismo es la acumulación masiva de datos, y juega un papel similar a la estadística en la ilustración (p. 87).
De una manera u otro se está pretendiendo la sustitución de la la razón, característica esencial de la ilustración, por la información, pero con ello se renuncia totalmente al análisis y a la prospectiva, porque “los datos y los números no son narrativos, sino aditivos” (p. 90). Las posibilidades que la informática, las nuevas tecnologías y la sociedad de la información patrocinan en este campo es ilimitada…
Reflexiones interesante para contextualizar el mercado capitalista y sus características en el que se desarrolla la actividad asalariada y sus mecanismos de protección social.